Lo que no te dijimos

A Luis Eduardo
Querido hijo, Eduardito, te extraño mucho. Sé que donde quiera que te encuentres no estás solo, porque seguro ya te hubieras regresado. Te conozco bien: eres como el Melquíades de García Márquez que regresó de la muerte porque no aguantó la soledad. Eres el autor de mundos inmundos; el creador del Janamel Sinmundos que con ojos de túnel aprendió a mirar más allá y hasta conmovió a la muerte, la Santa Muerte a la que le rezabas; eres Tú, el historiador de Carlos Fuentes que al lado de Aura creó un torbellino de pasiones que trascendió el tiempo; eres uno de los amorosos de Sabines; eres Dado para la linda Amanda y el Gran Papi de botas negras para tus amigos.
Te recuerdo como siempre, leyendo y releyendo los libros, revisando las notas, construyendo un Macondo poblado de personajes reales y ficticios, en especial Mafi, Rockdrigo, Lisa, Lennon, Duchi y Remedios la bella, de quien siempre estuviste enamorado. Te recuerdo platicando sobre el Otro, sobre la poesía que da vida y la muerte que da poesía, y haciendo muchos planes.
Eduardito, tú y yo teníamos una cita el sábado siguiente a tu desaparición. ¿Lo recuerdas? Teníamos planes, sueños, vida, amor. Pero de repente los planes, los sueños y la vida se acabaron, y lo único que quedó es el amor que se prolonga y crece cuando veo y oigo de tus amigos y maestros las muestras de afecto hacia ti. Te confieso que me siento mal por no haber sabido defenderte cuando los policías municipales de Chalco te golpearon y robaron tu computadora. Me acuerdo bien. Era el 27 de noviembre y en ese tiempo todavía había un poco de credibilidad en la justicia, ahora no.
Mi niño grande de un metro ochenta centímetros, te recuerdo al salir del ministerio público: llorabas de rabia e impotencia y me decías que tenías miedo. En ese momento te abrace y prometí que jamás iba a permitir que alguien te hiciera daño. ¡Perdóname! No pude hacer nada ante la vil caricatura de la justicia.
Recuerdo tu cara mojada esa tarde de diciembre cuando salías a trabajar. Nunca me imaginé que fuera la última vez que te vería. Me pregunto por qué no te detuve. Recuerdo bien que, en contra de tu costumbre (eres de los que demuestra el amor de otras formas), me diste un beso de despedida y dejaste que te besara. Me sentí rara y “una basurita entró en mi ánimo”. Qué estúpida fui al no haberte detenido, la historia hubiera sido otra. Perdóname, mi niño.
Eduardito, no sé que voy hacer sin ti. Yo te preparé para que fueras tú quien me enterrara, y sin más te vas. Te fuiste sin prepararme para que fuera yo quien te enterrara. Estoy y no estoy. Estoy triste, molesta, dolida, ultrajada, desarmada, enojada, desesperada, desmadrada. Fue un golpe muy duro el que recibí y aún no sé cómo voy a levantarme. Lo único que me queda claro es que me partieron toda la madre.
Mi niño, tú que me cuidabas más que nadie en la casa, tú que eras mi compañía cuando estaba sola, cuando lloraba, cuando reía, cuando salía, cuando llegaba. ¡Ay, hijo! Cuánto te extraño y cuánta falta me haces. Así de fácil te fuiste de mí y me rompiste el corazón, pero yo sé y estoy consciente de que esa no fue tu decisión.
Te busqué. Te buscamos todos los que te queremos, en especial familiares, amigos uameros y enahnos. Todo fue inútil. Después de 43 días te encontramos en el lugar más buscado y menos deseado. La estúpida justicia te hizo pasar por el doble de edad de la que realmente tenías, y todavía queda el misterio de por qué te tuvieron tanto tiempo en ese lugar. Es una pesadilla. Me gustaría que así fuera, pero al abrir los ojos me enfrento a la realidad. Yo no quiero despedirme de ti porque eso significaría que te enterraría muy profundo y me estaría olvidando de ti, ¡y eso no va a suceder nunca!, porque sé que pronto nos volveremos a ver para estar juntos otra vez.
Eduardito, yo quisiera ser como Tarumba, el nagual de Jaime Sabines, “ya que Tarumba embruja y limpia: del amor, del tiempo, de las pérdidas y la soledad, la pesadilla y la muerte”. Como siempre decías: llévame contigo a donde nos guíe el corazón.
Sigo leyendo a Sabines que tanto te gustaba, y te digo: “Duerme mi niño, con calentura con dolor de cabeza, estírate. Duérmete con todo el cuerpo, niño, envidia de los ángeles, hijito enfermo (de dolor por la vida). Duérmete sin el grillo, sin la aguja, sin hambre. Duérmete hasta mañana. Duérmete, duérmete. Vamos a dormir…” Yllévame contigo… mientras tanto, hasta pronto mi chingón.
Mamá

   Este libro nunca debió ser escrito bajo estas circunstancias, pero la rabia y el dolor nos han obligado a hacerlo. Tal vez su tiempo no era éste, pero la impunidad de la mano soberbia y asesina −y hasta este momento desconocida− adelantaron su nacimiento. Estimado lector, somos los responsables de haber dado cuerpo al documento que tiene en sus manos. Podría asegurar que su esencia es la viva voz y el corazón de Lalo. En cada una de sus páginas encontrará el mundo inmundo creído, vivido e irradiado por su autor. Ahora que sus botas se han reproducido en muchas páginas, espero que ellas contagien esas huellas finas e imborrables que a nosotros siempre nos acompañan en nuestros pasos.
Compa, no llegué a darte ese abrazo ni a continuar con esas charlas interminables. Me desaparecí pensando que algún día volvería a verte. Qué ingenuo fui. Ahora dejo estas líneas abiertas… en espera del momento en que volvamos a estrechar nuestros corazones. Una disculpa por no llegar a esas citas.
Tu familia –ahora la nuestra– y la banda reconocemos la grandeza que a tus escasos 24 años resultaba realmente extraordinaria. Va un abrazo libertario, y hasta siempre mi querido hermano.
Manuel

Lalo, algunos de los momentos que logramos compartir en nuestra existencia aparecen entre líneas en este libro. Pero la historia no se acaba aquí, quiero pensar. Esta experiencia me ha enseñado que los momentos trascienden. Los momentos que en vida atesoraste y convertiste en letras nosotros osamos convertirlos en libro, el cual surge para reclamar, gritar y exigir respuestas. “Hasta donde nos lleve el corazón”, nos decías para invitarnos a continuar el camino. Ahora, tu familia, “cínicos deadeveras” y la banda de los que estamos y no nos vamos continuaremos el camino recordando siempre tus pasos y estrechando los vasos a tu salud… en tu memoria…
Jorge R.


    Yo sólo he tenido un muerto. Sólo tengo un muerto y sé que aún me puedes ver, leer y hasta sentir en este trayecto de mi vida, aunque tal vez nadie me crea cuando digo que la mitad más alegre de mí se fue contigo.
Sólo tú y yo sabemos el vacío que dejaste en nuestras vidas el día que decidiste partir. Apesar de los pocos avances en las investigaciones sobre tu caso, sé que tu muerte no fue causada por ningún golpe ni por un tormento ajeno a ti. Estoy cada vez más convencido de que preparabas en secreto tu partida para dejarnos con la incógnita de tu ya no estar.
Porque desde Tecolutla, Coatzacoalcos, Tlapa, Villahermosa, Tuxtla Gutiérrez, Palenque, Ocosingo, La Habana, Marianao, Varadero, Mérida, Barinas, Maracay, Maracaibo o Caracas, jamás podría explicarme nada ni nadie la muerte de mi cuñado por un mal paso, por una pelea, por una insuficiencia renal, por una congestión alcohólica o ni siquiera por un disparo.
       Sé que tenías que desaparecer como por acto de magia, sin ninguna explicación convincente, todos creyendo que no es cierto, que es una mala broma tuya. Nada me lograría convencer de que te has ido así como así, como un cualquiera más. Porque no todos los muertos atraen tanto en su funeral. No todos tienen una guardia de honor como la que te brindamos esa madrugada. Ni creo que la mayoría de los dolientes profesen el amor por el dolor, por las canciones mezcladas con lágrimas secas y por el titiritar del frío.
Decía que, aunque tu cuerpo ya no esté entre nosotros, te sigo sintiendo a mis espaldas como el ángel guardián que siempre fuiste para mí. No sé si te agrade éste libro que tus padres y tus amigos decidimos dedicarte como tributo a la gran persona que fuiste (a la gran persona que nos diste), pero ya qué, ni modo, te chingas, ¿quién te manda morirte antes, cabrón?
Cuando pidieron que hiciéramos una recopilación de tus escritos, ahí me ves buscando cualquier resquicio de tu estado de deidad levitando en otra dimensión a la hora de coger la pluma y el papel. Aunque no encontré nada de utilidad en mis baúles, sí logré echarme a llorar por cada momento de mi pasado contigo que volvía a ver.
Ahora que escribo no es para que me lean y gane el concurso de ver quién te escribe más bonito, aunque sé que, ¿cómo chingados no nos ganaríamos un premio a mejor novela de ficción, amor y tragedia? Sólo quiero que la persona que pose sus ojos en mis letras no dude del cariño sincero y el amor fraternal que siempre te voy a tener, cuñado.
Te escribo desde el sillón de la casa donde ahora puedo ver tu vacío. Quisiera que estuvieras aquí a pesar de saber que me esperas allá en la otra orilla –al lado de Guevara, Lucio, Villa, Zapata, Allende y tantos otros– para patearme por no haber alcanzado su forma de ser: ser congruente a la hora de hacer lo que se piensa.
Pues te dejo estas letras, Sancho, Cuñado, Camarada, Hermanito, a ti… mi único muerto.
Ángel

    El 24 de febrero de 2009, la alegría, el esfuerzo, la lucha y la entrañable vibra de Luis Eduardo Cisneros Zárate eran celebradas con unas mañanitas jarochas que acompañaban los tacos de carnitas, la cerveza, las flores y las frutas ofrendadas bajo la mirada de la virgen zapatista que protegía al lagartijero de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, al sur del la Ciudad de México. Ante las visitas y el cariño ofrecido, Lalo respondió con un esbozo de sonrisa que al final fue contenido por un penoso marco de madera café. Ahora, dieciocho meses más tarde, es aberrante que permanezca congelada en algún rincón jurídico la investigación sobre las irregularidades y las causas del fallecimiento de Lalo, irregularidades que incluyen amenazas sufridas tras denunciar los golpes, el robo y el abuso de autoridad de policías de Chalco, la extraña aparición de su cuerpo en el servicio médico forense que antes había declarado no tenerlo en sus instalaciones y, finalmente, el actuar ineficaz, burocrático y por tanto homicida de los ministerios públicos de Neza, Chalco y Valle de Chalco, municipios que en su momento han tenido consigo la investigación del caso.
Durante este tiempo, carnalitos y familiares de Lalo hemos deslizado nuestro dolor y nuestra esperanza por los pasillos y los amaneceres de nuestras vidas golpeadas. Sin duda, en esta aventura Lalo nos ha regalado su genialidad y su fuerza. Es más: nos ha arrojado esa chingonería suya que ciertamente se asoma entre los textos académicos y artísticos seleccionados para la edición de este libro. Al recordar y festejar la vibra, la emoción y el cariño de nuestro carnal, nos sucede que volvemos a experimentar lo que él venía mostrándonos desde aquellas tardes que teníamos a bien encontrarlo y habitarlo en el memorable jardín zapata de la UAM-Xochimilco: la alegría por construir experiencias colectivas desde corazonadas personales por demás inaprensibles e irreductibles.
Tal y como percibíamos al escucharlo, en este libro el exquisito y profundo anarquismo de Lalo anuncia su poder desde las palabras e ideas que interpretan −más no teorizan− la Santa Muerte, la educación artesanal, la lingüística, la filosofía de lo cotidiano, el interaccionismo simbólico, la construcción social de la realidad o la creación literaria. Y es que con todo esto andaba, anda y andará nuestro carnal Luis Eduardo: con unas botas negras y un corazón contento repletos de pedagogía, filosofía, sociología, etnología y poesía. Mejor aún: nuestro compadre rolaba, rola y rolará con sus propias maneras de vivir y compartir toditas estas artes, lo cual es tal vez un experimento (o bien una actitud de vida) que, como él mismo escribió, posee la capacidad de “inventar, destruir, reinventar y crear aquellos caminos que nos conduzcan a la libertad”.
Y es así que dos, tres o muchos esqueletos más seguimos bailoteando en su honor, pues sabemos que nos seguirá sacando del mar y seguirá brindándonos pistas sobre cómo hacer saber el camino. Tras las lágrimas, la tensión, la rabia y las actividades organizadas en su memoria y en su honor, tras todo esto y más, nos toca renovar energías y lograr que tus botas negras y tu corazón imbatible sigan caminando con nosotros. Escribías que “la muerte es una sombra que siempre nos acompaña”, y ahora sabemos que tu vida es una luz que también lo hace, seguro que sí…
Lij

3 comentarios:

  1. A diez años de tu ausencia, hemos aprendido a vivir con el dolor y sin la justicia.
    Julia y Luis Gerardo, papás de Lalo

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    1. Hola. Les escribimos del Colectivo Campo de Ruinas, un colectivo interdisciplinario que genera trabajos escénicos en relación a los temas de violencia que aquejan a nuestro país. Nos gustaría poder contactar a la familia del compañero Luis Eduardo Cisneros Zárate. Les anexamos el link a nuestro perfil de facebook. https://www.facebook.com/campo.deruinas

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    2. Hola, soy Luis Gerardo Cisneros, papá de Luis Eduardo. Les dejo mi correo personal para ponernos en contacto.
      lgcisnerosh@gmail.com
      Un abrazo.

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